EL CINÉFILO INCURABLE: EL INICIO. O la historia de cómo me obsesioné con las películas.

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Mi mamá, mi hermano y yo de 6 años, Ca. 1991

EL CINÉFILO INCURABLE: EL INICIO

Los últimos días ha hecho mucho calor y siempre que hace calor, recuerdo mi infancia. Específicamente, mi primer año en la Primaria. Quizá sea coincidencia, no lo sé; pero fue más o menos en esa época que comencé a obsesionarme con las películas. Así que, con los recuerdos frescos en mi mente, me aboqué a escribir un artículo sobre cómo fue que el Cinéfilo Incurable llegó a ser tal.

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    No estoy seguro de cuál fue la primera película que vi en mi vida. Tengo recuerdos nebulosos de haber visto Tiburón (Spielberg, 1975), Perro lanudo 2 (Stevenson,1976), El abismo negro (Nelson, 1979) y Mi amigo el dragón (Chaffey, 1977) cuando estaba en el kínder. Recuerdo perfectamente que la primera película que vi en el cine fue La familia Telerín y el Mago de los Sueños (Macián, 1966), eso sí; tenía tres años y mi papá me llevó a verla una tarde en los cines de Plaza Universidad. Después de ésa, recuerdo haber visto Taram y el Caldero mágico (Berman y Rich, 1985), y La Sirenita (Clements y Musker, i989), que fue una odisea porque los boletos estaban agotados. También medio recuerdo un anime de El lago de los cisnes (Yabuki, 1981) que nunca he vuelto a ver. ¡Ah! Y como lo mencioné en mi crítica de Kong: la Isla Calavera (Vogt-Roberts, 2017), también medio recuerdo haber visto King Kong 2 (Guillermin, 1986), todas ellas antes de terminar preescolar.

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    Entre sueños recuerdo haber visto a esa edad pedazos de Sonia, la guerrera (Fleischer, 1985), y de una película que me mató del susto ‒aunque no creo que ése haya sido su objetivo‒ y que más de 25 años después me enteraría de que es española y que se llamaba Los nuevos extraterrestres (Piquer, 1983)… los mentados trompis me siguen dando pesadillas.

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    Sea como fuere, cuando estaba por entrar a la Primaria, mi familia se mudó a la provincia. Esto conllevó una serie de ventajas: había menos contaminación, el clima era más cálido y húmedo (35°C a la sombra en verano, con un 85% de humedad relativa) y, como era una ciudad pequeña y todo estaba muy cerca, había mucho más tiempo libre. Tiempo que, generalmente, aprovechábamos para ir de paseo.

    En esa ciudad, hasta donde la memoria me alcanza, sólo había cuatro cines: El Jorge Stahl, que era el más decente y que fue fundado en los 70 a partir de un cineclub particular (funcionó de 1976 a 2003 y fue demolido en 2014 para construir una plaza comercial); el Cine Diana en el centro, que cuando mi familia llegó a vivir allá ya llevaba varios años sin funcionar; los Cinemas del Rey, que eran pequeños y feos y estaban en un centro comercial a las afueras de la ciudad; y un cine porno de ésos a los que supuestamente nadie ha ido, pero que todo mundo saben dónde están y a qué hora son las funciones. Muchas veces regresé al Jorge Stahl durante mis años de Primaria, pero recuerdo muy bien que la primera película que vi ahí fue Hook, el regreso del capitán Garfio (Spielberg, 1991).

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    Debe haber sido el verano de 1991 cuando nos fuimos para allá. En aquel entonces recuerdo que los viernes por la noche pasaban películas de terror en Canal 5 —en aquel entonces sólo llegaba la señal de dos canales de TV abierta: el 2 y el 5—. Las de posesiones y asesinos no me gustaban ‒no en aquella época‒; pero sí las de monstruos y animales al ataque. Así, recuerdo que la primera película de horror que vi en mi vida fue Bala de plata (Attias, 1985); pero también recuerdo que en esa época vi El enjambre (Allen, 1978) con Michael “Actúochidoperoescojopuroproyectoculero” Caine, Las ranas (McCowan, 1972) ‒nada que ver con Aritófanes y, dicho sea de paso, en esa peli hay un montón de animales asesinos además de ranas… que no lo son, porque la producción utilizó sólo sapos‒, Tiburón 2 (Szwarc, 1978) , Piraña (Dante, 1978) y Piraña 2 (Cameron… sí, ese Cameron, 1981), que me encantó… y a la fecha me sigue gustando, aunque más bien porque me hace reír. También me acuerdo que vi una película aburrida sobre las señales del apocalipsis con Demi Moore y Michael Biehn llamada La séptima profecía (Schultz, 1988). Pero, más que ninguna otra, recuerdo la que se convirtió en una de mis películas favoritas de aquellos tiempos y que a la fecha me sigue gustando y la disfruto como escuincle cada que la veo: Terror bajo la ciudad (Teague, 1980), en la que un caimán mutante aterroriza las alcantarillas de Chicago.

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    La verdad es que, aunque desde chavito me han llamado la atención el Terror y la Ciencia Ficción ‒papás, eso pasa cuando dejan que sus hijos se críen viendo Los verdaderos Cazafantasmas (1986-1991)‒, muchas películas las empezaba a ver; pero me asustaban y las dejaba a la mitad. Muchas no terminé de verlas hasta que estaba en la prepa. Así dejé inconclusas muchas de las Viernes 13, de las Pesadilla en la calle del Infierno y la película de La dimensión desconocida (Varios, 1983), que luego terminé y me pareció genial.

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    Eso era los viernes en la noche. Los sábados íbamos a la playa o a algún lugar turístico. Pero los domingos, cuando la mayoría de mis compañeritos de la escuela y amigos de la cuadra salían de viaje, comúnmente me quedaba en casa por las tardes. Era en ese entonces que Canal 5 tenía un bloque de programación llamado Cine Permanencia Voluntaria, en el que pasaban películas desde como la una de la tarde hasta la medianoche. Así pues, me plantaba frente a la tele a ver películas… a menos que me aburrieran, en cuyo caso apagaba el televisor y me iba a jugar con mis muñecos.

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    En esos domingos de ocio vi grandes películas de aventuras como Los cazadores del Arca Perdida (Spielberg, 1981), terminé de ver Sonia, la guerrera, quedé impactado con Greystoke: la leyenda de Tarzán (Hudson, 1984) y me emocioné con un remake de Las minas del rey Salomón (Thompson, 1985), protagonizado por Richard Chamberlain y Sharon Stone cuando aún se parecía a Sharon Stone, que hasta hace relativamente poco tiempo no había estado disponible oficialmente en formato casero. También recuerdo que alguna vez pasaron una película que me pareció genial y que recordaba poco hasta hace un par de años, cuando la conseguí en DVD: la italiana La isla de los hombres pez (conocida en EE.UU. como Screamers (Martino, 1979), ‒aunque cuando la pasaban en TV abierta le ponían el exótico título de Los monstruos del Caribe‒, que parece una mezcla aún más steampunk entre 20,000 leguas de viaje submarino y La isla del Dr. Moreau.

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    También vi una película que se convertiría en una de mis favoritas al día de hoy… es cursi, poco inspirada y, aunque algunos de sus efectos especiales son increíbles aún para la actualidad, otros son hilarantes; me refiero a Krull: la Fortaleza Negra (Yates, 1983). Digo, ya antes había visto La guerra de las galaxias (Lucas, 1977); pero la recordaba muy poco, así que Krull parecía genial.

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    Pero no todo eran melodramas ramplones de aventuras. Algunos eran melodramas ramplones y lacrimógenos, particularmente setenteros, como El chico de la burbuja (Kleiser, 1976), en la que el doblaje le hizo un gran favor a John Travolta; El campeón (Zefirelli, 1979), con John Voight, de la que recuerdo que me impactó mucho que el protagonista se muriera al final o, por alguna razón que sigue siendo un insondable misterio para mí, La hija del minero (Apted, 1980)… que no creo volver a ver jamás.

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    Ya en serio, también me aventé algunos peliculones que desde aquel entonces recuerdo que me gustaron mucho. Recuerdo la cinta debut de Christian Bale, El Imperio del Sol (Spielberg, 1987), y su discurso sobre la deshumanización que provoca la guerra, o El corcel negro (Ballard, 1979) con el gran Mickey Rooney. Otra de las películas que vi en esa época y con la que tardé más de veinte años en reencontrarme, pero cuando lo hice me encantó, fue El hombre de hielo (Chepisi, 1984), la historia de un cavernícola que es encontrado en estado de animación suspendida en el Polo Norte y que es llevado a vivir en un hábitat artificial con resultados trágicos.

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    También, cómo no, me soplé películas de muy dudosa calidad como Troll (Buechler, 1986)… digo, me sigue gustando, pero no es de esas películas que uno admite abiertamente que le gustan; la simplona Juntos son dinamita (Fondato, 1974) con Bud Spencer y Terrence Hill; Tiburón 3 (Alves, 1983); las italianas Hércules (Cozzi, 1983) y Las aventuras de Hércules II (Cozzi, 1985… por qué desde el original la secuela se llama Las aventuras de… si la primera sólo era Hércules sigue siendo un misterio) con Lou Ferrigno; la película debut de Arnold Scwarzenegger, Hércules en Nueva York (Seidelman, 1970), y comedias de verdad, como la versión original de Me enamoré de un maniquí (Gottlieb, 1987), y los remakes de El secreto de mi éxito (Ross, 1987) y Lobo adolescente  (Daniel, 1985) con Michael J. Fox; o La chica terremoto (Bogdanovich, 1972) con Barbra Streissand. También me acuerdo muy bien que intenté, muy entusiasmado, ver TRON (Lisberger, 1982); pero que, como la mayoría de la gente que la vio en su estreno, me aburrí como monje copista y no la terminé de ver sino hasta años después.

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    Una de mis mayores frustraciones de la infancia, sin embargo, fue la llamada “Función de estreno”, que solía empezar alrededor de las 8 de la noche. Por cierto que la llamaban función de estreno porque eran películas que transmitían por primera vez en el canal y no porque fueran películas recientes. Lo que sí recuerdo es que solían ser películas geniales. Sea como fuere, yo era un pequeño escolapio que debía estar en su cama y con la luz apagada a las 9 de la noche en domingo, por lo que la mayoría de esas cintas las vi a medias. Las aventuras del barón Munchhausen (Gilliam, 1988), Leyenda (Scott, 1985), Verdugo de dragones (Robbins, 1981) o F/X: Efectos especiales (Mandel, 1986)… ¿Alguien se acuerda de ella?

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    Lo que no puedo recordar es una época en la que no me hayan gustado las películas. Desde siempre me ha fascinado su poder de estimular la imaginación, de conmover y de contar historias, con frecuencia, historias que no podrían ser contadas de otro modo. Mientras escribía esta retrospectiva, caí en cuenta de por qué mi trabajo tiene mucha influencia del cine de los 70… fue mi primer acercamiento que tuve al cine como una forma de narrativa.

    El siguiente ciclo escolar (1992-1993) mi familia se regresó a la capital. Fue en ese año cuando vi las dos películas que más han influido en mí, no sólo como Cinéfilo, sino como artista y en mi forma de ver el mundo: Alien, el octavo pasajero (Scott, 1979) y Parque Jurásico (Spielberg, 1993)… pero ésa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.

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LIFE: VIDA INTELIGENTE. No está basada en el juego de mesa.

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LIFE: VIDA INTELIGENTE

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Daniel Espinosa, 2017

Siendo tan aficionado a las películas de “terror en el espacio” como lo soy, desde que vi el primer tráiler de esta cinta supe que debía verla. Creo que una de las películas que más han marcado mi forma de ver el cine fue Alien, el octavo pasajero (Scott, 1979); por lo que casi cualquier película que trate de criaturas extraterrestres hostiles llama mi atención de inmediato. Por alguna extraña razón, esta peli estaba en horarios horribles y doblada al español en prácticamente todas las salas de cine cercanas a mi casa, por lo que estaba a punto de dejarla pasar y esperarme a que saliera en Blu-Ray. Empero, en la semana puse un poco de mi parte y la fui a ver a una función tarde por la noche, y la verdad es que quedé gratamente complacido. Por supuesto que el punto de comparación para esta cinta es la mencionada obra de Scott en la que está basada y créanme que no decepciona en absoluto… quizá porque es casi la misma película…

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    En un futuro casi inmediato, la Estación Espacial Internacional intercepta una sonda de regreso a la Tierra con muestras del suelo marciano. Los científicos a bordo de la EEI realizan diversas pruebas en las muestras recolectadas y realizan un hallazgo asombroso: una pequeña bacteria en estado de animación suspendida a la que logran reanimar. Sin embargo, poco podrían saber que el organismo unicelular crecería rápidamente alimentándose de nutrientes diversos… muchos de ellos obtenidos de presas vivas. La criatura se vuelve cada vez más voraz y más inteligente mientras da cuenta de los tripulantes de la EEI, quienes deberán impedir a toda costa que el organismo marciano llegue a la Tierra.

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    Quizá el mayor acierto de esta película es también su mayor punto en contra: es increíblemente parecida a Alien; sólo que ambientada en un futuro que podría suceder dentro de un par de semanas y con menos pretensiones desde el punto de vista del diseño. La cinta funciona muy bien, es entretenida y lo mantiene a uno en suspenso en todo momento… a pesar de que llega a ser bastante predecible, sobre todo la vuelta de tuerca que pretenden darle al final. El mismo final se siente largo porque uno ya sabe qué es lo que va a pasar y no había necesidad de crear tanto suspenso antes del remate de horror en los últimos segundos.

     Más allá de eso, puedo decir que las actuaciones son bastante decentes. Me pareció que todos los actores están bien ubicados en sus respectivos papeles y son interesantes. De hecho, creo que la película pudo usar más planteamiento de personajes… quizá sólo sea una opinión mía, porque me gustan las películas de personajes; pero sí sentí que me hizo falta conocer más a estas personas. Sin embargo, también puede ser que simplemente lograron despertarme empatía y me quedé con ganas de saber más sobre ellos. Algo que suele olvidarse en las películas de horror, y que en ésta se quedó como a medio camino, es que la muerte de cualquier personaje es mucho más impactante cuando, de hecho, sientes que lo conoces.

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     La fotografía es muy buena. Los diferentes emplazamientos y movimientos de cámara ayudan a transmitir no sólo la sensación de ingravidez que está presente durante prácticamente toda la película; sino un ambiente claustrofóbico en el que nos sentimos atrapados junto con los personajes en pantalla. Del mismo modo, la cinta se va haciendo menos luminosa conforme la historia va avanzando, como tratando de reflejar el estado de ánimo de los personajes de un modo muy expresionista.

     Al igual que aquélla de la película en la que está fuertemente basada, la música compuesta por Jon Ekstrand para esta cinta resulta mucho más romántica de lo que se esperaría. La partitura de Ekstrand combina elementos sinfónicos con repentinas irrupciones electrónicas, como parafraseando la trama en la que el alienígena se encuentra en un medio ambiente que no es el suyo. El resultado es único y es uno de los soundtracks más interesantes que he escuchado en los últimos años. Por momentos me recordó al soundtrack de Event Horizon: la nave de la muerte (Anderson, 1997) y, en otros, al de Alien 3 (Fincher, 1992).

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     Los que sí se ven muy disparejos son los efectos especiales. Mientras que hay escenas en las que uno de verdad piensa “¡Wow! ¿Cómo hicieron para que se viera como que están en Gravedad 0?” hay otros que son francamente ridículos. Hay muchas secuencias en las que se advierte que tanto los actores como los objetos que manipulan tienen peso y se encuentran en condiciones normales de gravedad y presión atmosférica… y, la neta, sí hay escenas en las que casi se pueden ver los cables que sostenían a los actores.

    Algunas secuencias se vuelven completamente inverosímiles, como aquélla en la que Rory Adams (nuestro querido Ryan Reynolds, a quien seguro recuerdan como Deadpool en la película homónima) maneja un lanzallamas dentro del laboratorio de la EEI, lo cual no sólo iría contra prácticamente cualquier protocolo de seguridad existente; sino que el fuego CGI se ve falso, por no mencionar que en Gravedad 0 no se comportaría para nada como se ve en la peli. Del mismo modo, aunque dramática y cinematográficamente la escena en la que Calvin ‒que es como deciden bautizar al marciano‒ tritura la mano de Hugh Derry (Ariyon Bakare) está bien lograda, la realidad es que el miembro fracturado no colgaría, sino que flotaría y se expandiría por la falta de gravedad.

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    Aun así, se agradece el uso de efectos físicos con animatrónicos y que las heridas que se ven en pantalla se lograran a través del uso de prostéticos y maquillaje.

    SPOILER Y ya que mencioné a Calvin… ¿qué onda con eso? Digo, no sé ve mal y entiendo que más o menos se preocuparon por darle un aspecto que fuera creíble; pero siento que algo quedó a deber. Es decir, el diseño está bien, pasando de ser una especie de celenterado a una cosa como sepia mutante para terminar en algo parecido a sushi porn. Pero me hubiera gustado que su forma cambiara todavía más conforme iba creciendo. En fin, supongo que el problema de hacer una peli que se parece tanto a Alien es que las expectativas sobre el diseño de tu criatura son enormes. A final de cuentas, Calvin empieza pareciendo la versión malvada de Flubber (Mayfield, 1997) para terminar viéndose como los vampiros estelares de Fuerza siniestra (Hooper, 1985). TERINA SPOILER

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    El guión está bien, a secas, con un par de chistes referenciales muy nerdos que sí me hicieron reír. En general, uno no puede dejar de pensar que todo el desmadre se habría evitado si los personajes en general fueran menos temerarios o un poquito más obedientes. Y si los científicos ya habían visto que Calvin podía sobrevivir tanto tiempo en el vacío del espacio ¿por qué trataron de matarlo expulsando el oxígeno de la EEI?

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    Por si la inspiración de Alien no quedara clara, hay dos elementos que son referencias clarísimas: el primero, la pantalla de título en la que las letras se dibujan lentamente como lo hicieran en la cinta de Scott y, el segundo, el sonido que se escucha que hace una computadora casi al inicio de la peli, que es justamente el mismo efecto de sonido que hace la primera computadora del puente de mando de la nave Nostromo.

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PARA LA TRIVIA: Existe un fuerte rumor, y de verdad espero que sea sólo eso, que dice que esta película sería en realidad la precuela de la anunciada película de Venom.

Guión 1
Dirección 1
Actuación 1
Fotografía 2
Música 2
TOTAL 7

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GHOST IN THE SHELL. Lo que todos queríamos ver: «El fantasma en la concha» de Scarlett Johansson

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LA VIGILANTE DEL FUTURO

Ghost In the Shell

Rupert Sanders, 2017

El largometraje original de Ghost In the Shell (Kôkaku Kidôtai, Mamoru Oshii), basado en el manga de Shirou Masamune, y estrenado en 1995 es uno de los pilares del anime. En él, así como en el mundo que plantea, técnicas de animación tradicional se conjugaron con animación por computadora para crear un thriller de ciencia ficción con aspiraciones filosóficas, sumamente denso y sumamente lírico, en el que se debaten temas como el ser, la existencia, la esencia, el alma y la personalidad. Yo no vi la peli cuando salió, sino hasta un par de años después cuando les dio por pasarla en HBO y recuerdo que desde entonces me encantó.

    Gracias a la crisis de ideas que viene arrastrando Hollywood desde la década pasada y al retro de los 90 que es la última tendencia de la moda, ahora se nos presenta una versión Live-Action de esta historia.

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    En un futuro maravilloso en el que las calles no están atestadas de gente, no hay tráfico y se puede fumar en espacios cerrados, los seres humanos tienen la posibilidad de mejorar sus cuerpos a través de implantes biónicos. La mayor Mira Killian (Scarlett “Tengovozdequefumounputamadral” Johansson) es el primer cyborg de su tipo: un cerebro humano, rescatado de la víctima de un ataque terrorista, en un cuerpo artificial programado para eliminar a los criminales más peligrosos. Cuando Killian persigue al terrorista Kuze (Michael Pitt), un asesino que puede hackear las mentes de las personas y manipularlas, descubrirá la terrible verdad detrás de su creación y que los verdaderos criminales podrían estar más cerca de lo que creyó.

    Por supuesto, resulta casi insultante el hacer una película como ésta esperando que no se le compare con la original, así que me adelantaré a lo obvio: esta versión sí es muy inferior al anime. El thriller filosófico de ciencia ficción se convierte en un filme de acción e intrigas corporativas, como los que tanto les gustan a los gringos.

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    Básicamente, lo que hicieron fue copiar el argumento del anime durante la primera mitad de la peli, para en la segunda hacer una mezcla de Blade Runner (Scott, 1982) con El vengador del futuro (Verhoeven, 1990), aderezada con una pizca de RoboCop: el defensor del futuro (Verhoeven, 1987); pero tratando, sin mucho éxito, de incorporar un discurso “filosófico” “profundo”. El resultado es una película demasiado lenta para ser de acción ‒a la función a la que yo fui hubo gente que se durmió‒; pero demasiado superficial para ser Ciencia Ficción dura.

    SPOILER ¿Y se acuerdan de ese final oscuro y ambiguo que tenía el anime? ‒De hecho, recuerdo que un compañero mío de la prepa decía que Ghost In the Shell le daba pesadillas‒. Bueno, pues pueden olvidarse de él, porque en esta peli lo cambiaron por la versión edulcorada, un final feliz tan acartonado y cursi que no pude evitar soltar una carcajada en la sala. Del mismo modo, mientras que The Puppet Master, el terrorista del anime, resultaba ominoso y francamente perturbador, los villanos de esta versión son tan chafas y acartonados que casi parecen salidos de algún episodio de Rocky y Bullwinkle (1959-1964). TERMINA SPOILER

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    Empero, la verdad es que si uno no ha visto el anime, la película no es tan mala ‒y la palabra clave es “tan”‒. En realidad, tiene sendos aciertos que me gustaría comentar a continuación.

    Creo que lo que más me gustó de la cinta fue su fotografía. Es verdaderamente espectacular. Creo que la película tiene una propuesta estética bien definida, que conjuga escenarios al más puro estilo cyberpunk ‒con una marcadísima influencia de Blade Runner‒ con una iluminación en claroscuros casi barrocos. Las escenas de muertes están bien logradas ‒aun cuando la Dra. Ouelet (Juliette Binoche) no sangre‒ y en general son bellas. Sí, me atreveré a decir que esta película es eso: bella. Quizá carece del lirismo onírico que el ritmo y el diálogo le daban a la original; pero, en un ejemplo de libro texto de forma sobre fondo, creo que es una delicia visual. Se agradece que Sanders sea afecto a filmar lo más posible en sets físicos en vez de usar CGI. Incluso las geishas mecánicas, que no pude evitar que me recordaran a la divertida RoboGeisha (Iguchi, 2009), fueron interpretadas por actores de carne y hueso con máscaras animatrónicas. La secuencia en la que Killian pelea con macanas eléctricas en el sótano del club Yakuza es muy interesante.

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    El soundtrack me agradó mucho. También tiene una fuerte influencia del que creara Vangelis para la mencionada Blade Runner; pero está en una onda más cercana al Retro New Wave. Tiene muchos sonidos interesantes y, aunque no tiene un leit motiv pegajoso o un ritmo mesmérico como el que compusiera Kenji Kawai para anime original, es vibrante y poderoso, y logra crear una atmósfera muy acorde con lo que se está viendo en pantalla.

    Y sí, lo que más le duele a la película es el guión. Está lleno de paja y de elementos que no terminan de integrarse correctamente ‒hay un par de parlamentos que incluso me parece que se los piratearon de Batman inicia (Nolan, 2005)‒. Aunque está principalmente basado en la película de 1995, también incorpora elementos de otras fuentes, como el villano Hideo Kuze y su idea de la evolución humana, que vienen de la serie de anime Ghost In the Shell: Stand Alone Complex (2002-2005). Del mismo modo, las geishas robot fueron tomadas de la secuela del anime original, Innocence: Ghost In the Shell 2 (Oshii, 2004)‒que personalmente me pareció soporífera‒. Asimismo, hay una historia explicando el origen de los ojos biónicos de Batou (Pilou Asbæk), que es completamente innecesaria.

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    Me recordó muchísimo a la película de Æon Flux (Kusama, 2005), que también es estilizada y bonita; pero en la que el quid del discurso se perdió completamente.

    Las actuaciones son cumplidoras, pero no mucho más. Johansson logra brindar sutilezas y matices a su personaje; aunque se sienten más acotados que una verdadera propuesta de actuación. Quien sobresale a mi gusto es Asbæk en el papel de Batou, que tiene casi el mismo carisma de su contraparte animada. Asimismo, es un encanto ver a Takeshi Kitano como Aramaki, jefe de la Sección 9 del Departamento de Defensa, en su regreso a la pantalla grande americana.

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    Como sea, Hollywood es una diosa severa y caprichosa, y sus reglas son muy claras y bastante inflexibles: toda aquella película que no recupere su presupuesto en la taquilla de su fin de semana de estreno, como es éste el caso, es considerada un fracaso. Según parece, hace falta mucho más esfuerzo para levantar la maldición de Dragon Ball: Evolución (Wong, 2009)‒bueno, es que es una maldición enorme‒… ¿Qué tal si, para variar, hicieran buenas películas?

    Así pues, la versión Live-Action de Ghost In the Shell creo que tuvo más mala suerte que otra cosa. Por sí misma, la película no es particularmente mala; digo, no pasa de ser una peli de acción con elementos de Ciencia Ficción muy vistosa y con poca sustancia como las hay a peso la docena ‒de inmediato vienen a mi mente El quinto elemento (Besson, 1997),  El juez (Cannon, 1995) o Ultravioleta (Wimmer, 2006)‒. El problema es que, al ser una nueva versión de una de las que considero las 10 mejores películas de Ciencia Ficción de todos los tiempos, las expectativas eran imposibles de cumplir.

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    Del mismo modo, la ola de acusaciones de “White Washing”[1] en contra de la película disminuyó anticipadamente su popularidad. Incluso se rumoró que, tras las acusaciones iniciales, DreamWorks había contactado a la compañía digital Lola VFX para que hicieran que los actores parecieran orientales… como si El pecado de Oyuki (1988) no nos hubiera enseñado nada. Personalmente, siempre me ha parecido que acusaciones de este tipo específico son exageradas, pues en el anime los personajes rara vez lucen asiáticos… digo, la Motoko original tiene ojos azules y facciones caucásicas.

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    La triste ironía detrás de todo el asunto es que cuando los nipones hacen versiones anime de películas occidentales, como fue el caso de Metrópolis (Rintaro, 2001), basada en la obra homónima del legendario Fritz Lang (1927), o Alita Battle Angel, que más o menos retoma la trama de la cinta soviética Aelita (Protazanov, 1924), les quedan bien chingonas.

    Mmhhh… Scarlett Johansson es más bajita de lo que parece…

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PARA LA TRIVIA: Oshii ha declarado que Scarlett Johansson fue la mejor elección para interpretar a la Mayor. Margott Robbie fue considerada originalmente para el rol.

 

Guión

0
Dirección 1
Actuación 1
Fotografía 2
Música 2
TOTAL

6

 

[1] En español “blanqueo”. Es el término peyorativo que se usa para señalar cuando actores caucásicos interpretan papeles que originalmente pertenecen a otras razas. Curiosamente, no supe de campañas para quejarse porque en las películas del UCM Nick Fury es negro.

 

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