WOLFEN: LOBOS. Esa otra película de hombres-lobo…

LOBOS

Wolfen

Michael Wadleigh

1981 fue el año del hombre lobo. En Estados Unidos, El aullido (Dante) se estrenó entre marzo y abril de dicho año; Wolfen se estrenó en julio y Un hombre lobo americano en Londres (Landis), en agosto. El aullido y Un hombre lobo… iniciaron toda una moda de películas de licántropos… A Wolfen nadie la recuerda.

    Basada en la primera novela publicada del escritor y ufólogo Whitley Strieber, quien también escribiera El ansia (1981) y Comunión (1987) –ambas adaptadas al cine–,Wolfen fue un estrepitoso fracaso de taquilla que apenas pudo recaudar poco más de 3 millones de dólares en taquilla durante su fin de semana de estreno contra un presupuesto de 17 millones. Me gustaría poder decir que se convirtió en una película de culto; pero nunca he conocido a ningún fan… o a alguien que la haya visto. Y qué lástima, porque no es mala… pero tampoco es tan buena como parece al inicio.

    Esta cinta cuenta la historia del detective Dewey Wilson (un Albert Finney en el ocaso de su popularidad), quien es sacado del retiro para investigar el sangriento asesinato de Christopher van der Veer (Max M. Brown), un yupee miembro de una prominente y acaudalada familia de Nueva York, en el downtown de Manhattan. Wilson es acompañado por la joven Rebecca Neff (Diane Venora), perito de la compañía de seguridad que custodiaba a van der Veer, y una colección de pintorescos personajes mientras investiga este crimen y otros acaecidos en las zonas marginales de la ciudad, sólo para descubrir que los perpetradores son una raza ancestral de lobos.   

    Creo que lo primero que salta a la vista al leer la sinopsis de esta película es que no se trata de una película promedio de hombres lobo. Puede notarse que el subtexto es más profundo y complejo… o, al menos, pretende serlo. Supongo que trataba de ser una propuesta más madura que las otras cintas de licántropos que mencioné. Una película de hombres lobo seria y adulta que, a final de cuentas, resulta un tanto decepcionante.

    SPOILER En general, considero que esta cinta se agrupa en el subgénero del cine de hombres-lobo (de hecho, en el Top 10 que hice sobre la materia, disponible en mi canal de YouTube); sin embargo, estoy de acuerdo con el crítico Roger Ebert cuando afirma que más bien se trata de una onda totémica en la que los indios americanos y los lobos intercambian almas. TERMINA SPOILER

    En su núcleo, la cinta es un thriller policiaco que bebe profundamente de la fuente del film noir. Y como película de policías funciona bastante bien. Algunas de las escenas más disfrutables de la película son aquéllas entre el personaje del forense, interpretado por Gregory Hines, y Wilson. Según se sabe, fue idea de Finney que ambos comenzaran a salir a divertirse juntos antes de iniciar la filmación para que su camaradería se notara en la pantalla.

    Originalmente, Dustin Hoffman audicionó para el papel de Wilson y estaba realmente interesado en obtenerlo; pero Wadleigh quería trabajar con Finney, quien era su actor favorito.

    Quizá el punto más fuerte de esta película sea, precisamente, la actuación. La producción se empeñó en utilizar actores poco conocidos, muchos de ellos sacados de los teatros de Broadway. Venora debutó en la pantalla grande con esta cinta y Hines casi lo hace; pero La loca historia del mundo (Brooks, 1981), filmada después, se estrenó antes. No fue el caso para el actor de ascendencia mexicana Edward James Olmos, quien ya tenía experiencia frente a la cámara y en esta cinta se luce como Eddie Holt, un nativo americano –sin comentarios– estrechamente ligado a los wolfen.

    Lo mismo puede decirse del siempre excelente Tom Noonan, uno de mis actores favoritos, quien ya llevaba dos producciones cinematográficas bajo el brazo cuando hizo el papel de excéntrico zoólogo Ferguson en Wolfen, y que parece condenado a los papeles de personas con algún trastorno psicológico. Al menos en esta cinta se trata de un loquito encantador e inofensivo.

    La fotografía de la cinta también es sobresaliente. Me encanta cómo en esta peli la fotografía es una herramienta narrativa que separa la historia en tres mundos. Durante el día y en las escenas bien iluminadas, la predominancia es del mundo de los seres humanos; por la noche, cuando las sombras convierten a la Gran Manzana en un sitio extraño y amenazador, se trata del mundo de los lobos y cuando ambos mundos se encuentran y, como resultado lógico e inminente, colisionan, la fotografía se mantiene en claroscuros que aumentan la sensación de lo fantástico y su ambigüedad narrativa.

    Y ya que hablo de la fotografía, debo señalar que una de las cosas que más llamaron mi atención fueron, desde luego, las escenas desde el punto de vista de los lobos. Si ustedes han visto la película, sabrán que la razón por la que estas secuencias son tan sobresalientes es porque se las piratearon descaradamente para las secuencias desde el punto de vista del cazador extraterrestre en Depredador (McTiernan, 1987).

    La principal diferencia estriba en que las secuencias de Wolfen se crearon solarizando la película, mientras que en Depredador se utilizaron otros tucos fotográficos para simular la visión térmica. Por lo demás, las tomas son prácticamente idénticas, no sólo en su propuesta y su “feeling”; sino que incluso los efectos de sonido y la distorsión de las voces utilizados en ellas son prácticamente los mismos.

    Por cierto que estas tomas de efectos visuales tuvieron que volver a hacerse desde cero, pues las primeras secuencias creadas resultaron inutilizables para la cinta y la producción tuvo que contratar a otro estudio para que las rehiciera.

    La música es muy interesante. Compuesta por James Horner, ayuda a crear una atmósfera de suspenso y amenaza, al mismo tiempo que sugiere la existencia de un mundo oculto, más extenso y más antiguo, que se ve forzado a convivir con el nuestro. De hecho, Horner reusó algunos leitmotivs de este score para el soundtrack de Aliens, el regreso (Cameron, 1986)… e incluso recicló, tal cual, fragmentos de la música para el soundtrack de Viaje a las estrellas II: la ira de Kahn (Meyer, 1982).

    Al final del día, Wolfen es una interesante fábula sobre la interminable lucha entre la modernidad y la tradición, mostrada como alegoría en el macrocosmos de la profanación del mundo antiguo –finalmente, los wolfen de esta cinta son una especie de dioses primigenios o tótems–, como en el microcosmos de la gentrificación de Nueva York.

    Sólo puedo concluir con la idea que rondó mi mente hasta que terminó la película: “Pues sí es interesante, pero…” y ése es el principal problema de la cinta. Arranca muy bien; pero el tono es excesivamente lento –incluso para un thriller policiaco– y, al final de la cinta, nuestra paciencia no se ve del todo recompensada. Revisando mis notas, me percaté de que en dos ocasiones diferentes escribí que esta película tiene un ritmo lento, de lo cual deduzco que sí debe estar de súper hueva.

PARA LA TRIVIA: “Wolfen” es una palabra de origen holandés que los primeros colonos de Manhattan, provenientes de Flandes, usaron para referirse tanto a los lobos como a los indígenas que poblaban en lugar.

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EL HOMBRE INVISIBLE. Otro clásico de ciencia ficción y terror de James Whale (Los Monstruos de Universal, Parte IV)

EL HOMBRE INVISIBLE

The Invisible Man

James Whale, 1933

Para 1933 Universal Pictures ya se había establecido como la Casa de los Monstruos. Si bien había producido comedias negras, películas de suspenso o de terror de otro tipo, lo que la compañía de Carl Laemmle encontraba verdaderamente redituable eran las películas de monstruos.

    Debido al increíble éxito de Frankenstein (1931), el estudio comenzó a presionar a su director, el británico James Whale, para que dirigiera una segunda parte. También debido a dicho éxito, Whale había conseguido una libertad creativa casi absoluta para dirigir, escribir o incluso producir básicamente lo que le diera la gana. Y Whale no quería hacer una secuela de Frankenstein.

    Es importante notar que fue casi hasta la década de los 80, en mayor medida por la “secuelitis” desencadenada por las sagas de películas slasher como Halloween (Carpenter, 1979) o Pesadilla en la calle del infierno (Craven 1984), que las secuelas de películas exitosas empezaron a ser consideradas importantes. Antes de eso, una segunda parte era meramente un producto residual, generalmente maquilado torpemente y con prisas para aprovechar la fama de la que todavía gozara la primera parte. Y Whale no estaba en absoluto interesado en hacer eso.

    En cambio, comenzó a trabajar en la adaptación de una novela de H.G. Wells cuyos derechos Carl Laemmle había adquirido años antes: El hombre invisible. Whale se esforzaba por mostrar un gran interés y entusiasmo en este proyecto para desviar la atención de los ejecutivos de Universal de sus planes de una continuación de Frankenstein.

    De hecho, en 1932 RKO había producido una adaptación de otra novela de Wells: La isla del Dr. Moreau, cuya versión en la pantalla de plata se tituló La isla de las almas perdidas (Kenton). El polímata británico quedó muy a disgusto con esta versión fílmica pues se sintió traicionado al ver que su sátira social había sido convertida en una burda película de terror… con un elenco multiestelar que incluyó a Charles Laughton y Bela Lugosi, y una superproducción con filmación en estudio y exteriores (que era muy caro en aquel entonces); pero burda a los ojos del autor, razón por la cual decidió venderle los derechos de El hombre invisible a Universal y no a RKO.

    Sin embargo, la novela de Wells sobre un científico que inventa un suero con el que puede volverse invisible resultó muy difícil de adaptar… Y eso que la Universal no estaba particularmente interesada en seguir al pie de la letra el texto de Wells. Prácticamente todos los guionistas de planta del estudio habían escrito su versión sin que a Laemmle o a Whale les convenciera alguna de ellas.

    De tal suerte, Whale llamó al dramaturgo británico R.C. Sherriff, con quien había formado una sólida mancuerna en teatro en la década de los 20, para que escribiera el guión. Si bien Sherriff tomó como base el relato de H.G. Wells, incorporó también muchos elementos de una novela de misterio poco conocida llamada El asesino invisible, escrita por Philip Wylie, y cuyos derechos Universal había comprado también.

    Cuando el dramaturgo llegó a EE.UU. para trabajar en el guión de la película, pidió a Universal que le proporcionaran una copia de la novela de H.G. Wells. Increíblemente, el estudio no tenía ninguna, por lo que Sherriff tuvo que procurársela de una librería de viejo. Lo que Universal sí le proporcionó fueron los catorce tratamientos anteriores del guión, llamándole la atención uno que estaba ambientado en la Rusia zarista y otro ambientado en Marte. El guión de Sherriff es el más apegado al texto original de Wells. 

    Así pues, Sherriff dejó fuera la sutileza, la sátira social y política, y el discurso revolucionario presentes en la novela de Wells (como en la mayoría de sus obras) y los sustituyó con un ambiente más propio del film noir. Asimismo, el carácter del hombre invisible pasó de ser el de un marginado social idealista y revolucionario, que fue el que le dio Wells, al de un megalómano homicida ebrio de poder, más propio del personaje de la novela de Wylie. Sherriff además añadió al personaje de Flora Cranley (Gloria Stuart, quien seguramente será mucho más recordada por su interpretación de la anciana Rose en Titanic [Cameron, 1997]), la prometida del hombre invisible.   

    En su versión final, la película narra la historia del Dr. Jack Griffin (el gran Claude Rains) quien ha desaparecido del laboratorio de su futuro suegro, el Dr. Cranley (Henry Travers) tras realizar una serie de misteriosos experimentos. Griffin se esconde en una posada de la campiña inglesa para tratar de crear un antídoto para su invento: un suero que ha vuelto su cuerpo completamente invisible. Sin embargo, conforme el tiempo pasa, los ingredientes del suero comienzan a deteriorar la mente de Griffin, quien enloquece de poder y pretende utilizar su habilidad única para dominar al mundo. Para tal propósito, Griffin comienza una serie de asesinatos buscando la complicidad de su renuente colega y rival sentimental, el Dr. Arthur Kemp (William Harrigan), quien está más interesado en robarle a su prometida y en salvar su propio pellejo que en ayudarlo en su campaña de dominio mundial. Los crímenes de Griffin ponen a Inglaterra en alerta, pero ¿podrá la policía con la ayuda de Flora detener al hombre invisible antes de que sea demasiado tarde?

    La primera opción para interpretar al hombre invisible fue Boris Karloff; pero el actor no quiso al personaje pues prácticamente no aparece en pantalla. De todos modos, Whale quería a alguien con una voz que sonara más intelectual y sofisticada que la de Karloff, por lo que su siguiente opción fue Colin Clive, quien interpretó a Henry Frankenstein en Frankenstein. Clive rechazó el papel pues quería regresar a Inglaterra para pasar tiempo con su familia.

    Para el papel de Griffin, Whale necesitaba a un actor muy especial; pues prácticamente no aparecería en pantalla durante toda la película. La responsabilidad recaería en un actor de los teatros británicos que estaba haciendo sus pininos para entrar a la industria americana del cine, hasta el momento sin éxito.

    Las pruebas de cámara de Rains habían sido más bien fallidas porque era un actor en exceso melodramático, de gestos grandilocuentes y exagerados, y una voz afectada y “teatral”. Según la leyenda, Whale se encontraba revisando pruebas de cámara cuando escuchó la voz de Rains en una audición que se proyectaba en  un cuarto cercano. De inmediato el director supo que ésa era la voz que necesitaba para su Hombre invisible. Cuando se lo comentó a la gente del estudio, ellos le preguntaron si estaba seguro de eso porque ese actor era muy malo, a lo que Whale sólo contestó: “No me importa cómo se vea, lo que necesito es su voz”.

     Empero, la verdadera estrella de esta película serían los efectos especiales. Prácticamente cada truco imaginable fue utilizado para dar vida al hombre invisible. Desde fotomontajes y muy rudimentarias técnicas de impresión óptica (la impresora óptica como tal se inventó hasta los 60) hasta camisas mecánicas y estructuras de alambre que daban la impresión de que la ropa era sostenida por un cuerpo al que no podíamos ver.

    Y por cierto, parece que todos los actores de Universal debían sufrir por sus personajes: Bela Lugosi sufrió una terrible historia de drogadicción y deterioro mental –años después de su icónica aparición en Drácula (Browning, 1931), pero relacionada con ella en mayor o menor medida–, y Boris Karloff sufrió problemas de espalda por el resto de su vida debido a su caracterización como la Creatura de Frankenstein (Whale, 1931) y en La momia (Freund, 1932) debió ser vendado durante ocho horas sin poder moverse ni ir al baño. Como para seguir la tradición, Claude Rains debió soportar las largas sesiones en las que moldes de su rostro fueron tomados con vendas de yeso. Al igual que Whale, Rains había luchado en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial y se había vuelto claustrofóbico desde entonces, por lo que la experiencia de tener el rostro cubierto con pesadas vendas impregnadas de yeso frío y mojado le resultó en extremo angustiante.

    El hombre invisible significó el debut cinematográfico de Claude Rains en EE.UU. y en el cine sonoro. El actor seguiría colaborando en las cintas de monstruos de la Universal; pero ascendería al Olimpo Cinematográfico gracias a su papel del capitán Louis Renault  en el gran clásico Casablanca (Curtiz, 1942).

    Por otro lado, muchos críticos ven en El hombre invisible una reinterpretación de Frankenstein por parte de Whale. Ambas son historias precautorias sobre un científico que transgrede el conocimiento prohibido y que es destruido por su obra. Del mismo modo, ambas películas tratan el tema de la responsabilidad que tiene un creador para con su creación: Mientras Frankenstein busca destruir a su Creatura sin importarle que se trate de un ser humano con sentimientos y emociones, Griffin piensa en utilizar su fórmula para obtener poder y riqueza, ya sea a través del terrorismo o al comercializarla como un arma. También en ambas películas el protagonista tiene un colega interesado románticamente en su prometida.

    Quizá El hombre invisible no goce de la misma popularidad que otros monstruos de la Universal; pero no me cabe duda de que, junto con la base planteada por Frederic March con su interpretación del Dr. Jekyll para la versión de 1932 –y en menor medida, la del legendario John Barrymore en el mismo personaje para la versión de 1920–, creó el arquetipo del científico loco que ha perdurado en el cine hasta nuestros días.

PARA LA TRIVIA: Ésta no fue la primera cinta en la que apareció Claude Rains, pero sí fue la que lo lanzó a la fama. En 1920 Rains participó con el personaje de Clarkis en la película silente británica Build Thy House (Goodwins).

Por favor, nótese que la calificación de esta cinta es asignada de acuerdo con valores actuales y no representa la trascendencia real que la película tuvo en su época.

Drácula (Los Monstruos de Universal I)

Frankenstein (Los Monstruos de Universal II)

La momia Los Monstruos de Universal III)

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HIGHLANDER: EL INMORTAL. Lo único más inmortal que Connor McLeod es la música de Queen.

HIGHLANDER: EL INMORTAL

Highlander

Russell Mulcahy, 1986

Highlander no fue una película con la que creciera, aunque debió serlo. Quiero decir, por fechas, me hubiera tocado; pero no la pasaban mucho en la televisión, abierta o por cable, y definitivamente no estaba disponible en el videoclub al que iba cuando era niño. Lo que sí recuerdo es la emoción con la que mis primos se reunían en frente al televisor para ver los episodios de la serie de televisión de Highlander (1992-1998) –aunque hacían lo mismo con Guardianes de la bahía (1989-2001), así que su criterio podría no ser confiable del todo– y, por supuesto, el tema musical interpretado por Queen (Princess Of The Universe) quedó grabado con fuego en mi memoria.

    Luego, tras ver que la película tenía múltiples secuelas; la serie de TV, varias iteraciones y películas propias y que, además, había una serie de dibujos animados con su respectiva línea de figuras de acción y un videojuego –aunque malísimo, eso sí–, supuse que quizá la película podría tener cierta relevancia cultural. Ahora que por fin la vi, me lamento de no haberla visto de niño.

    La cinta comienza en la época contemporánea (contemporánea de 1986) con una brutal batalla entre dos misteriosos espadachines en el estacionamiento del Madison Square Garden. Uno de ellos termina decapitado. Esto coincide con la aparición de un nuevo asesino que está arrasando con los barrios bajos de la ciudad. En las pesquisas de la Policía, la… ¿antropóloga? ¿arqueóloga? Brenda Hyatt (Roxanne Hart), quien trabaja como asesora, descubre que uno de los espadachines del estacionamiento es Connor MacLeod (el siempre genial Christopher Lambert), un hombre escocés del siglo XVI que pertenece a una raza de humanos inmortales que han estado cazándose unos a otros durante siglos pues, al final, sólo uno puede existir.

    Como puede advertirse, el argumento tiene una fuerte influencia de El exterminador (Cameron, 1984) y otras películas de acción de la época. Siendo honestos, el guión es bastante malito, con diálogos que no son particularmente buenos y suenan como de una peli 40 años más vieja. Por no mencionar que el planteamiento de muchos de los personajes no tiene ningún sentido, incluso dentro de la lógica de la película. Además, creo que el misterio sobre cuál es el premio para el último inmortal en pie es innecesariamente largo. Lo que sí logra es crear la ilusión de un universo y su mitología.

    Quizá la falta de explicación, resaltada por el personaje de Ramírez (el inmortal Sean Connery), de por qué hay un grupo de inmortales hace más fácil aceptar la premisa. No hay argumentos, no hay teorías, no hay un por qué; sólo hay un universo enorme por explorar y que, como todas esas obras derivadas lo demuestran, tiene posibilidades infinitas.

    La actuación tampoco es nada sobresaliente… por el contrario. Digo, tanto Lambert -mala imitación de acento escocés incluida- como Connery tienen sus momentos; pero eso no evita que la mayor parte de las escenas emocionalmente intensas resulten hilarantes. Sin embargo, este fallo en realidad no afecta al desempeño general de la película. Por el contrario, termina convirtiéndose en parte de su encanto. De todos modos, ya está uno acostumbrado a que Lambert supla su falta de nivel histriónico con carisma, ¿cierto?

    Ahora bien, gracias a la hábil dirección de Mulcahy, las escenas de acción, que son las importantes –y prácticamente el único sustento de la película–, son impresionantes. Quizá no tienen sentido, quizá van en contra de la física newtoniana más elemental y quizá los valores de producción del set en el que combaten los caricaturescos Kurgan (Clancy Brown) y Ramírez son de risa loca; pero ¿a quién le importa? ¡Las peleas son geniales y las espadas sacan chispitas!

    Además de que el maestro de armas fue el legendario Bob Anderson, esgrimista olímpico que iniciara su carrera como entrenador y coreógrafo inició en El bribón del mar (Keighley, 1953), protagonizada por Errol Flyn. Posteriormente, Anderson fue doble de Dave Prowse en El Imperio contraataca (Kershner, 1980) y El regreso del Jedi (Marquand, 1983), además de ser el encargado de las coreografías con armas en la Trilogía del Señor de los Anillos (Jackson, 2001-2003).

    No puedo dejar de aplaudir el diseño de arte de esta película; sobre todo en lo concerniente a los diseños de vestuario. Por supuesto, quien esté buscando vestuarios históricamente correctos se llevará un chasco y bien merecido. Digo, la mayoría de los flashbacks están ambientados en Escocia en el siglo XVI y, a pesar de que la mayor parte de los vestuarios se encuentran en ese mazacote de vestuario “medieval” genérico, se ven bien. Quiero decir que no se ven tan baratos y están llenos de detalles y texturas que se ven geniales en HD. Incluso el vestuario de Ramírez es interesante, aun si a nivel conceptual parece robado de Capitano.

    Por supuesto, uno de los elementos más sobresalientes de la película es el soundtrack que incluye canciones compuestas específicamente para la cinta por la inmortal banda británica Queen. Prácticamente todas estas piezas fueron incluidas en el álbum A Kind Of Magic.

    Sobre este tema, un par de curiosidades. Primera: en varios diálogos de la película se insertan títulos de canciones de Queen, quizá como una especie de Easter Egg, algunos de los cuales son Don’t Loose Your Head, I’m Going Slightly Mad o la misma It’s a Kind Of Magic. Segunda: Durante toda la película, siempre que algún personaje escucha la radio, hay una canción de Queen… O sea, que ¡el universo de Highlander es uno maravilloso en el que todo el mundo escucha a Queen todo el tiempo!

    Ahora bien, el otro aspecto sobre el que me gustaría llamar la atención es la fotografía. Es simplemente espectacular y realmente hace lucir las increíbles locaciones escocesas. Por otro lado, la narrativa visual es súper interesante y se ve que toma elementos de comics y, sobre todo, de video clips musicales. También son interesantes sus transiciones “creativas”… quizá demasiado creativas; pero, vamos, se nota que detrás de la fotografía había una propuesta que funciona en la mayoría de los casos. De hecho, hay varias tomas que se ven como de película de los 90, lo que me lleva a concluir que la fotografía de esta cinta estaba, de hecho, adelantada a su época.

    Aunque, la verdad sea dicha, también hay tomas en las que la excelente fotografía no logra disimular los telones pintados del fondo, que la escena de la pelea entre Kurgan y Ramírez parece un stunt show de parque temático o que en la escena final de la ascensión de Connor se le ven los cables con los que lo levantaron en cada maldita toma.

    A final de cuentas, Highlander: el inmortal es una película más que disfrutable. Si uno no está en el ánimo de ponerse demasiado quisquilloso, resulta una gran cinta de acción y fantasía con escenas de acción deslumbrantes –por supuesto, como buena peli de acción de los 80, no podía faltar la escena de pelea/persecución en un estacionamiento–, y una ilógica mitología propia. Además está la música apoteósica.

    Siendo muy estrictos, la cinta no parece gran cosa a nivel cinematográfico… porque, seamos honestos, no lo es; los críticos de cine Siskel y Ebert la tacharon de estúpida, ridícula y una de las peores películas que habían visto. Pero se trata de una cinta muy entretenida que se puede ver una y otra vez. Y eso es mucho más de lo que se puede decir de cualquiera de sus secuelas.

    Pero quizá el mayor misterio que deja la película es: ¿Cuánto dinero ganaba Brenda para pagar un departamento como ése en Manhattan?

PARA LA TRIVIA: Eidos Interactive, creadores de la franquicia de videojuegos Tomb Raider, se encontraba desarrollando un videojuego de género RPG basado en la saga Highlander que estaba planeado para ser publicado por Square Enix en 2008 para Windows, PlayStation 3 y Xbox 360. Luego de varios retrasos debidos a la adquisición de Eidos por Sqaure Enix y su fusión con la rama europea de la compañía japonesa, el juego fue oficialmente cancelado en 2010.

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LA MOMIA. El Misterioso Karloff y un amor inmortal. (Los Monstruos de Universal, parte III)

LA MOMIA

The Mummy

Karl Freund, 1931

Tras el inesperado éxito de Drácula (Browning, 1931) y la revelación de Frankenstein (Whale, 1931), y con algunos competidores como Paramount, Metro Goldwyn-Meyer y RKO empezando a experimentar con sus propias producciones de los géneros de terror y ciencia ficción, Universal Pictures estaba lista para lanzar la tercera película en su saga de monstruos. La momia sería la primera producción de Carl Laemmle Jr. que no estaba basada en un texto pre-existente… Bueno, no en una obra de teatro o novela, aunque la historia de su concepción es tan interesante como las de sus predecesoras.

    La película, desde un inicio, fue pensada como un vehículo de promoción de Boris Karloff (nombre artístico que para fines de exotismo usaba el actor británico William Henry Pratt) quien tras veinte años de carrera se encontraba en el Olimpo de Hollywood gracias a su interpretación de la Creatura de Frankenstein en la película de Whale. Universal comenzó entonces a llamarlo “Karloff, the Uncanny” (“Karloff, el misterioso”) en su publicidad.

    Así pues, la casa productora comisionó a la guionista Nina Wilcox Putnam para que escribiera una película titulada Cagliostro. Dicha cinta estaría levemente inspirada en el personaje real de Alessandro di Cagliostro, un ocultista italiano del siglo XVIII quien, en la película, usaría su conocimiento de la alquimia y la magia para reencontrarse con su amada siglos después de su trágica muerte.

    El argumento y el primer tratamiento del guión fueron entonces entregados por la Universal al dramaturgo John L. Balderston, quien había co-escrito la versión para teatro de Drácula y se había encargado de los guiones para su adaptación al cine y el de Frankenstein, para que puliera el trabajo de Putnam.

    Sin embargo, Balderston tuvo una idea aún más radical: Sustituir a Cagliostro por un sacerdote del antiguo Egipto que lograba volver a la vida a través de un conjuro/maldición. Después de todo, el dramaturgo era un aficionado a la egiptología que, en sus tiempos de periodista, había sido asignado como corresponsal para cubrir la nota del descubrimiento de la tumba de Tutankamón en 1923. Para su personaje, Balderston escogió el nombre de otro personaje real: Imhotep, un polímata y sacerdote egipcio del siglo XXX a.n.e. A sus cálculos arquitectónicos se atribuye la construcción de la primera pirámide.

    La película narra la historia de una expedición arqueológica del Museo Británico en 1921 liderada por Sir Joseph Whemple (Arthur Byron) que encuentra la momia de Imhotep (Boris Karloff) y el papiro sagrado con el conjuro que supuestamente le entregó Anubis a Isis para volver a su esposo a la vida. La misma noche que el cofre con el papiro sagrado es profanado, la momia desaparece dejando como único testigo al asistente de Whemple completamente enloquecido.

    Diez años después, una nueva expedición del Museo Británico está a punto de darse por vencida tras sus pobres hallazgos, hasta que un misterioso, alto y descarnado hombre egipcio llamado Ardeth Bey (Karloff) los lleva a un terreno inexplorado donde asegura que se encuentra la tumba de la princesa Anck-es-en-Amon (Zita Johann). Los arqueólogos descubren la mencionada tumba y, un año después, han montado una maravillosa exposición en el Museo de El Cairo que obsesiona a Ardeth Bey. Más sorprendente aún es la atracción casi hipnótica que siente Helen Grosvenor (Johann), la hermosa y misteriosa paciente del Dr. Muller (Edward Von Sloan e su eterno papel del científico sabio pero heterodoxo) por Bey, quien desea reunirse con ella a toda costa.

    Ahora, si uno se fija bien en esta cinta descubrirá el que creo que es su único fallo… Bueno, ni siquiera es un fallo como tal, simplemente es algo que nunca me ha acabado de convencer de ella: Es prácticamente la misma película que Drácula. Balderston –de manera inconsciente, según dicen los que saben– tomó prestados demasiados elementos de su propia obra: La necrofilia, el que la damisela en apuros tenga un prometido más blando que una almohada, el que haya un personaje que no por ser hombre de ciencia desecha la tradición y el folklore y, aún más curioso, el que así como en la película de Browning los personajes usaban el crucifijo para protegerse del Rey de los Vampiros, en esta cinta utilizan el amuleto de Isis para mantener a raya a Imhotep… ¡Incluso Universal usó nuevamente El lago de los cisnes como tema musical para los títulos iniciales de la cinta, igual que lo hiciera con Drácula!

    Y, siendo dirigida por Freund, quien fungió como director de fotografía de Drácula, hay escenas que, si no es por sus diálogos, entonces por sus emplazamientos y sus encuadres parecen calcas de la cinta de Browning.

    La otra cosa que no me encanta de esta película es la resolución final, que es enteramente un Deus ex machina. Sí, está justificado a lo largo de la película; pero aún así se siente un tanto gratuito. Digo, por lo menos en Drácula son los personajes quienes le clavan la estaca en el corazón al vampiro.

    Por lo demás, esta cinta se mantiene a la altura de sus predecesoras e incluso las supera en algunos elementos.

    Karloff está impactante. Aunque la mayoría de los críticos coinciden, y yo concuerdo, con que su interpretación de Ardeth Bey está sólo por debajo de la de la Creatura de Frankenstein, es en el papel del misterioso egipcio en el que el actor logra sobresalir a través de elementos que lo diferencian diametralmente de aquél que lo hiciera inmortal.

    En Bey tenemos un personaje contenido y que justamente por eso resulta más terrible. A diferencia de la Creatura, cuya interpretación fue más grandilocuente, Bey apenas si se mueve o hace gesto alguno, y camina lentamente con ademanes ceremoniosos y un porte grave y solemne. Y sin embargo, es a través de este porte y esta serenidad que la imagen de Karloff transmite una fuerza sobrehumana. Con sólo verlo uno sabe que puede hacerlo trizas nada más con pensarlo.

    Complementando la caracterización de Karloff está el maquillaje de Jack Pierce que, al igual que la actuación del británico, apuesta por la sutileza más que por la excentricidad. Es curioso que Karloff, como momia, apenas aparece unos minutos en pantalla; pero su aparición es estremecedora. Para esta caracterización, en la que el cuerpo de Karloff era vendado por completo, el actor pasó casi ocho horas en la sala de maquillaje mientras Pierce y sus asistentes trabajaban para crear a la versión momificada de Imhotep.

    Durante todo el resto de la película, Karloff aparece como Bey con un maquillaje en el que su de por sí descarnado rostro luce un fino entramado de miles de arrugas –y ésta es la principal razón por la que recomiendo ver esta cinta en Blu-Ray si se tiene la oportunidad, el maquillaje se ve espectacular– que se lograron estirando la piel del actor y aplicando capa sobre capa de pegamento y algodón sobre ella. Este proceso, que aún se utiliza, pero sobre todo su remoción, debieron ser muy dolorosos para Karloff.

    Y por supuesto, gran parte del efecto que causa un monstruo depende de su víctima. En este caso, Helen Grosvenor, quien es interpretada por la actriz húngara Zita Johann. El particular físico de Johann y sus interpretaciones llenas de intensidad la hacían la elección perfecta para el papel. Como un bono extra, la actriz, quien había triunfado ya en los escenarios de Broadway, era una ferviente creyente del ocultismo y seguidora de una corriente actoral conocida como Teatro del Espíritu.[1]

    Sobre la presencia de Johann en pantalla, además de su calidad actoral, llaman la atención dos cosas: La primera es que, al haber sido una estrella teatral de los años veinte, Zita cultivó un físico de extremada delgadez (para la época) que le da una imagen muy particular.

    En segundo lugar puedo mencionar el vestuario que la actriz usa durante la escena climática de la película y que resulta muy revelador. Sé que cosas más subidas de tono se hicieron en la época del cine silente; pero el vestuario de Johann marca una clara diferencia con el recato de las películas anteriores de monstruos de Universal –excepto la versión en español de Drácula, donde Lupita Tovar luce un escote de un largo de aquí hasta la próxima semana–.

    Se trata pues de una película más rica que sus predecesoras en algunos aspectos, pero más torpe en otros. Por principio de cuentas, posee una mezcla de géneros única: gran parte de la peli es un thriller; pero otra es una cinta de aventuras, mientras que el hilo conductor de todo es una historia de amor. Es un poco más madura en el sentido de que el terror es más psicológico y la monstruosidad de Ardeth Bey es más interna –en oposición a la Creatura de Frankenstein, cuya monstruosidad es casi por completo externa–, las actuaciones de Karloff y Johann son inolvidables y el diseño de arte es maravilloso, aun cuando las locaciones en las que se desarrolla la historia son pocas.

    Ésta es, sin duda alguna y a pesar de sus pequeños fallos, una honrosa adición al panteón de monstruos de Universal Pictures.

PARA LA TRIVIA: Para el momento en que comenzó la filmación, el guión aún conservaba algunas de las ideas de Cagliostro en él. Una de ellas era un montaje en el que se mostraban varias secuencias de las reencarnaciones de Anck-es-en-Amon e Imhotep encontrándose en diferentes épocas, como la Edad Media o la Ilustración. Estas escenas fueron filmadas e incluso hay muchos fotogramas de archivo de ellas —y la pobre Johann tuvo que actuar frente a frente con una pareja de leones para una de estas secuencias—; pero fueron dejadas fuera del corte final de la película pues los editores consideraron que entorpecían la narrativa.  

Por favor, nótese que la calificación que se asigna a esta película corresponde a estándares de evaluación actuales y no refleja la importancia de la misma, que fue mucho más trascendente en su momento.

[1] Según lo explican varios autores en el documental citado como fuente, esta corriente consistía en convertir al actor en un médium a través del cual se manifestaran los personajes. Antes de comenzar a filmar, Zita le permitiría a su alma morir e invocaría al espíritu de su personaje para que habitara su cuerpo.

Drácula (Los Monstruos de Universal Pictures I)

Frankenstein (Los Monstruos de Universal Pictures II)

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