DUNAS. La ambiciosa obra de Sci-Fi que se convirtió en película de culto.

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DUNAS

Dune

 

David Lynch, 1984

Existen varias versiones de esta película, pero las más populares son el corte original para cine, con 137 minutos de duración y la Edición Extendida, que es una reedición del corte para televisión transmitido en 1988 con 177 minutos. En esta edición, el nombre de Lynch fue retirado de los créditos y sustituido con el recurso Alan Smithee[1]. Las diferencias son sustanciales. Además de los 40 minutos extra de escenas reinsertadas y recicladas, la edición extendida incluye un prólogo de imágenes fijas narrado por José Ferrer, además de muchos monólogos en voz en off que no están presentes en la edición original. Este artículo se enfoca en la Edición Extendida.

En 1965 la revista de Ciencia Ficción Analog publicó en dos partes la novela Dune del autor estadounidense Frank Herbert. Mezcla de thriller político, panfleto ecológico, Space Opera y novela de Ciencia Ficción dura, gozó de suma popularidad y fue publicada en formato de libro. Desde entonces, la novela se ha convertido en un referente obligado del Sci-Fi, ha generado varias secuelas, precuelas, una película y su línea de figuras de acción alusiva, dos miniseries para televisión, juegos de mesa, varios videojuegos (Dune II [Westwood Studios, 1992] es la base de los videojuegos de estrategia en tiempo real) y, próximamente, una nueva adaptación cinematográfica de la mano del director Denis Villeneuve.

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    La película relata, en forma más que atropellada, la historia del joven Paul Atreides (Kyle MacLachlan), noble heredero del planeta Caladan, quien junto con su familia se muda al planeta desértico Arrakis –llamado Dune por los nativos–. Dune es el único planeta del Imperio del que puede extraerse la especia conocida como Melange, que es indispensable para viajar por el espacio. Sin embargo, la casa rival de los Atreides, los Harkonnen, invade Dune y derroca al gobierno del duque Leto Atreides (Jürgen Prochnov), dejando a Paul desamparado. Paul, quien podría ser el mítico Kwisatz Haderach (un súper ser logrado a través de la manipulación de los linajes familiares por la hermandad de monjas Bene Gesserit), liderará la rebelión de los fremen, habitantes nativos de Dune, contra la usurpación Harkonnen.

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    El proyecto para adaptar Dune a la pantalla grande surgió en 1971, cuando el productor Arthut P. Jacobs aseguró los derechos de la novela; pero falleció antes de poder empezar a desarrollar el proyecto.

    Más tarde, en 1974 Jean-Paul Gibon consiguió los derechos para el timador profesional Alejandro Jodorowsky, quien pretendía dirigir la película desde años atrás, y el productor Michel Seydoux. La cinta contaría con el diseño de arte de Moebius, Chris Fross y un novel H.R. Giger; y se esperaba que al elenco se integraran personalidades como Orson Welles, Salvador Dalí, Mick Jagger y David Carradine, así como que parte de la música fuera compuesta por Pink Floyd.

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    Tras cinco años de trabajo y un montón de puertas que se cerraban unas tras otras, la película se proyectaba como demasiado costosa y las casas productoras temían la falta de atractivo comercial de Jodorowski, por lo que el proyecto fue cancelado.

    En 1976, los derechos fueron comprados por el productor italiano Dino De Laurentiis, quien encargó a Frank Herbert que escribiera un nuevo guión en 1978, mismo que resultó demasiado largo para el gusto del productor. En 1979 De Laurentiis entonces comisionó al escritor Rudy Wurtlitzer para escribir una tercera versión del guión, que sería dirigida por Ridley Scott.

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    El director británico estaba emocionado con el proyecto, pues le permitiría expandir lo que había logrado con Alien, el octavo pasajero (1979). De hecho, la primera vez que el guión de Blade Runner (Scott, 1982) llegó a manos de Scott, éste lo rechazó, pues prefería dedicarse a Dune. Sin embargo, Scott encontró sendas dificultades para adaptar el guión, mismo que reescribió dos tres veces –su idea era dividir la novela en dos películas–. Tales dificultades, aunadas a las limitaciones de presupuesto y del estudio, y a sus propios problemas personales –la depresión que le ocasionó la muerte de su hermano mayor–, derivaron en que decidiera abandonar la empresa.

    En 1981 los derechos de Dune estaban por expirar. De Laurentiis, teniendo la idea de filmar una trilogía que fuera una especie de Star Wars (Lucas, 1977) para adultos, renegoció el contrato con Herbert y, para asegurarse de que el escritor aceptara, ofreció comprar los derechos para filmar también las secuelas. Impresionada por el trabajo de David Lynch en El hombre elefante (1980), Raffaella de Laurentiis, productora hija de Dino, contrató al director para dirigir y escribir la película.

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    Lynch nunca leyó la novela de Herbert ni conocía la historia o tenía interés alguno por la ciencia ficción; pero aceptó de todos modos. El director escribió siete tratamientos del guión hasta llegar a la versión definitiva de 135 páginas, que empezaría a filmarse primavera de 1983.

    La película fue filmada enteramente en México con un presupuesto de 40 millones de dólares y una producción que, entre fotografía principal y fotografía de efectos especiales, se extendió durante un año. Se construyeron 80 sets en los Estudios Churubusco de la Ciudad de México para las tomas en interiores, mientras que las escenas en la superficie de Dune fueron filmadas en locación en los Médanos de Samalayuca, Chihuahua.

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    El resultado fue un corte de casi cinco horas de duración que tuvo que ser recortado drásticamente e incluso algunas escenas fueron regrabadas para agilizar la narrativa. Fue idea de Dino y Raffaella incluir los infames monólogos en off que sobreexplican a los personajes y sus acciones. Lynch no tuvo derecho a participar en el corte final de la cinta.

    La película fue estrenada el 14 de diciembre de 1984 en los EE.UU. y apenas alcanzó a acumular poco más de 6 millones de dólares en su fin de semana de estreno y 30 millones en su corrida inicial en todo el mundo, convirtiéndola en un estrepitoso fracaso de taquilla. La cinta fue además vapuleada por la crítica y, en la actualidad, el mismo Lynch evita hablar sobre la cinta en entrevistas, refiriéndose a ella como un error.

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    El crítico de cine Gene Siskel la llamó “la mayor decepción del año”, “físicamente fea”, que presentaba “algunos efectos especiales baratos… sorprendentemente baratos”[2] y “una asquerosidad ininteligible”. Del mismo modo, Roger Ebert comentó: “una de las cosas más tristes es que esta película no brinda ningún tipo de entretenimiento, ni siquiera al nivel de admirar los efectos especiales o las cosas maravillosas que se supone pasan en pantalla”[3].

    Aunque argumentalmente la cinta es bastante fiel al libro, la verdad es que logra hacer de un argumento con muchísimo potencial una narración superficial y aburrida. Personalmente, me parece que el gran fallo de la película es que, debido a sus limitantes, es difícil que uno agarre la onda de qué va si no ha leído la novela, y si la leyó, entonces se da cuenta del tratamiento frívolo y poco hábil que hace del material original.

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    El guión es innecesariamente confuso, rebuscado e increíblemente redundante; incluso por momentos parece que la propia película se rinde al tratar de contar una anécdota llena de personajes torpemente dibujados y que pierde el tiempo repitiendo los mismos conceptos una y otra vez cuando escenas clave de la narración están ausentes. Además, todos los diálogos y la narrativa son increíblemente poco orgánicos.

    Las actuaciones son terriblemente disparejas. Algunas están bien; por ejemplo, Kyle MacLachlan, quien empieza con un rostro suave y, conforme se convierte en un líder guerrillero, se va endureciendo sutilmente… pero que de repente le da en la torre a la progresión del personaje vomitando parlamentos tan sobreactuados que dan risa. También Kenneth McMillan, en su interpretación del barón Vladimir Harkonnen, tiene algunos momentos de genialidad; pero en general se le ve sobreactuado al punto de lo caricaturesco. Sting, con su aparente incapacidad de articular dos palabras, hace a un Feyd Rautha completamente inverosímil; y actores como Patrick Stewart o Max Von Sydow, a quienes se les nota que estaban haciendo su mayor esfuerzo a pesar de estarse peleando con el guión, y Sean Young están imperdonablemente desperdiciados.

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    La dirección es… la dirección es… ¿Qué carajos es eso? Digo, se nota el trabajo de Lynch con los actores, se nota el esfuerzo que el director puso en visualizar las características culturales de cada una de las civilizaciones involucradas en el relato, se nota la mano de Lynch en el tono y el ritmo de la narración… pero también se notan las limitantes del estudio, se nota la disparidad en el trabajo de algunas escenas en comparación con otras, se notan las manotas de DeLaurentiis en varias secuencias tratando de hacer un producto comercial más accesible para el mainstream. Pero, sobre todo, se nota la incomodidad de Lynch al tratar de sacar un proyecto que no le gustaba y que se dio cuenta de ello demasiado tarde –la misma Young menciona que Lynch sentía que estaba dirigiendo “un barco hundiéndose”–. Algunas escenas están trabajadas al punto del preciosismo, mientras que en otras se nota una enorme pereza. Casi pareciera que Lynch intentó autosabotearse con la dirección de esta cinta.

    Quizá el elemento más rescatable de esta peli es el diseño de arte… que también es horriblemente disparejo. Aunque finalmente los diseños originales del proyecto de Jodorowsky no fueron utilizados, se nota que muchos de los diseños finales retomaron ideas de los artistas que los produjeron. La mano de Giger puede verse claramente en los interiores del palacio de Caladan, en los uniformes de los miembros de la CHOAM –que siempre me han parecido más adecuados para los Harkonnen–, los destiltrajes –que la idea está perrona y fueron modelados a medida para los actores, aunque poco tienen que ver con lo que se describe en los libros–, los extractores de especia y un par de exteriores en Giedi Prime; mientras que las ideas de Moebius trascienden en el diseño de casi todas las naves, particularmente las de las tropas Harkonnen. Y luego, por otro lado, hay diseños verdaderamente horribles, como el de los ornitópteros –parecen cartoncitos de leche, la verdad–, el exterior del palacio de Arrakeen, los uniformes de los sardaukar, casi toda la utilería –el Gom Jabbar da pena– o la mayoría de los exteriores de Giedi Prime.

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    Algunos diseños de vestuario son geniales, como el de las monjas Bene Gesserit –la reverenda madre Gaius Hellen Mohiam (Siân Phillips) se ve increíble–, los uniformes de Rabban (Paul L. Smith) y Feyd o los trajes del Barón Harkonnen. Sin embargo, otros, como el del emperador padishah Shaddam IV (José Ferrer) o prácticamente cualquiera de los uniformes de los Atreides son increíblemente anodinos.

    La fotografía podría definirla simplemente como inadecuada. Es lastimoso ver cómo para esta película se construyeron sets verdaderamente fastuosos que, gracias a una fotografía poco hábil, desmerecen por completo –y, nuevamente con la disparidad, la mayoría de los primeros planos se ven espectaculares–. Mal iluminados, estos escenarios se ven como eso: como escenarios construidos para una película y en ningún momento parecieran lugares reales en los que habita gente –el interior de las cuevas se nota que es de cartón, por favor–. De verdad, a diferencia de muchos otros elementos de la película, no es que sean feos per se, simplemente, no supieron utilizarlos. No sólo están mal fotografiados; sino que la narrativa hace muy poco para sacarles partido. Lo más triste del asunto es que el director de fotografía fue Freddie Francis, un verdadero veterano de la cinematografía.

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    La fotografía de miniaturas es extraña. Me refiero a que, en general, las miniaturas que pueden verse sobre la superficie de Dune se ven bastante bien; pero todo aquello que sucede a más de un metro del suelo se ve falso y, como ya lo dijera Siskel, feo. Del mismo modo, nunca puede verse una verdadera integración entre las tomas de efectos especiales y las tomas de acción en vivo, logrando que, lo que en principio no se veía tan mal, resulte de lo más falso en pantalla. Incluso los gusanos de arena, creaciones del artista de efectos especiales Carlo Rambaldi –creador, entre otros, de las botargas del xenomorfo en Alien, el octavo pasajero y E.T en E.T., el extraterrestre (Spielberg, 1982)–, se ven padres… mientras no haya inserts o cortes a los actores… y esa escena de Paul cabalgando al Shai-hulud está de risa loca.

    La música está bien… a secas. Los temas compuestos por la banda TOTO –quienes hacen un cameo como parte de los comandos fedaykin– y por el músico Brian Eno, no logran acoplarse a la película y, desde mi muy particular punto de vista, creo que tienen apenas un par de leit motivs interesantes, mientras que el resto apenas si es más que ruido. De hecho, pareciera como si el tema principal de la cinta estuviese repitiéndose en un loop infinito desde el inicio hasta que corren los créditos finales.

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    A final de cuentas, creo que Dunas puede clasificarse como uno de los más grandes fracasos en la historia del cine y esto es una verdadera desgracia. Toda la película se siente como una oportunidad desperdiciada tras otra que, en conjunto, pudieron haber sido una de las más grandes pelis del siglo XX. Toda la cinta lo deja a uno con la inquietud de lo que pudo haber sido y, por desgracia, casi de manera invariable, lo que uno se imagina, por muy modesto que sea, suele superar a lo que finalmente se vio en pantalla. Es incluso triste ver cómo una producción en la que tanta gente puso tanto empeño y en la que la relación del director con los actores fue tan fraterna, se fue a pique.

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    Amo la novela y nunca me ha gustado la película. Aun así, poseo por lo menos tres versiones en DVD y Blu-ray de esta cinta en mi videoteca. No sé por qué. Quizá espero que en alguna de esas versiones algo mejore. Quizá sólo trato de rendir homenaje a una empresa tan ambiciosa que, a la postre, resultó irrealizable. Quizá, a pesar de lo cutre de todo el asunto, en el fondo no puedo dejar de sentir que la película no está exenta de cierto atractivo. A pesar de que la miniserie de TV producida por Sci-Fi Channel (2000) está más apegada a lo escrito por Herbert, prefiero la película, nada más por la cuestión del diseño de arte.

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    Y sí, por supuesto, estoy ansioso de ver la película de Dune dirigida por Dnnis Villeneuve a estrenarse el próximo año.

PARA LA TRIVIA: Las escenas de las naves Atreides y Harkonnen aterrizando en Dune fueron filmadas en el estacionamiento del Estadio Azteca por el artista de miniaturas Emilio Ruiz del Río, utilizando modelos y muñecos a escala en combinación con actores en vivo con una técnica de la vieja escuela conocida como Perspectiva Forzada.

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[1] Alan Smithee y sus variantes era el seudónimo oficial que utilizaban los directores de Hollywood cuando, tras apelar al Director’s Guild of America, decidían desligarse de alguna película que creían que podría dañar su imagen o su carrera profesional.

[2] Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=dUvn1kU31cs, la traducción es mía.

[3] Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=xa-0v4o86wo, traducción mía.

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