CANDYMAN. Candyman… Candyman… Candyman…

CANDYMAN

Nia DaCosta

Me gusta la tendencia que el cine de terror ha seguido en los últimos años de hacer películas de autor con ciertas aspiraciones artísticas. También está la tendencia de cambiarle el grupo étnico a los protagonistas de las películas en nuevas versiones y remakes. Esta decisión a veces resulta afortunada, mientras que otras, se nota forzada y, como muchas de las peores decisiones de la industria, motivada por el marketing.

    En cuanto supe que el tratamiento anterior sería aplicado al remake de Candyman (Rose, 1992), inspirada en el cuento de Clive Barker The Forbidden y una de las mejores películas de terror que se hicieran en los 90, varios sentimientos encontrados me invadieron. Cuando supe que Jordan Peele, quien ha sido nombrado uno de los integrantes de la Santísima Trinidad del Terror, iba a dirigir la cinta, mi interés por la película se incrementó exponencialmente. Peele siempre utiliza el cine de género como un pretexto para hacer una ácida sátira social y en este caso, en el que finalmente participó como co-guionista y co-productor cediendo la silla de director a Nia DaCosta, el resultado es impactante.

    La película cuenta la historia de Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II), un pintor afroamericano que recién acaba de mudarse a un barrio de artistas con su novia y agente, Brianna Cartwright (Teyonah Parris). Pero el barrio de Cabrini no siempre fue un edulcorado bastión de la actividad artística de Chicago, pues cincuenta años antes era un arrabal plagado de delincuencia y miseria. En este lugar surgió la leyenda urbana de Candyman, un asesino serial que regalaba caramelos a los niños para atraerlos y luego matarlos brutalmente, y que regresa del Inframundo para vengar su propio asesinato si uno dice su nombre cinco veces frente al espejo. Anthony se encuentra en un bache creativo del cual logra salir cuando comienza a investigar e inspirar su obra en la leyenda de Candyman; pero, poco tiempo después, las personas que le han causado algún mal son asesinadas salvajemente, lo que lleva al artista a temer que Candyman no sea sólo una leyenda.

    Esta película es una secuela directa de la Candyman original al mismo tiempo que un reboot. Afortunadamente, manda completamente a la goma las desastrosas Candyman: Farewell to the Flesh (Condon, 1995) y Candyman 3: Day of The Dead (Meyer, 1999) y continúa expandiendo la mitología de la primera película. Me encantó cómo los realizadores abordaron esta secuela tardía: ha pasado tanto tiempo desde la película original que, en un ejercicio metatextual, los eventos que en ella se narran se han convertido en una leyenda urbana en el universo de ésta.

    Y es que ése es el tema del relato de Baker: las leyendas urbanas y los mitos que una comunidad crea para defenderse a sí misma de una sociedad que le es hostil. En el tratamiento que de este tema se hace en esta nueva versión me pareció incluso encontrar un cierto paralelismo con El golem de Meyrink. En la cinta original, Candyman era una especie de El Coco creado por los negros para asustar a los blancos, pero la historia estaba contada desde la perspectiva de una chica caucásica y universitaria. En esta ocasión, el argumento se muestra desde el punto de vista de la comunidad afroamericana y, después del incremento en la exposición del movimiento Black Lives Matter en los últimos años, eso le da otro nivel de lectura completamente diferente e increíblemente profundo al relato.

    Como los buenos monstruos, Candyman es una alegoría. En esta película se elabora más sobre el planteamiento, ya presente en la cinta original, de que se trata de la personificación de la ira, de la rabia contenida y del rencor de la comunidad afroamericana por las injusticias y los abusos cometidos contra ella.     

    Este subtexto queda perfectamente claro en el cortometraje Candyman (2020), dirigido también por DaCosta y que sirvió como precursor de esta película. Este corto fue creado a través de la técnica de teatro de sombras utilizando títeres de papel y es una maravilla en sí mismo. Fue incluido como secuencia de créditos finales en la película.

    Del mismo modo, durante toda la película hay una fuerte crítica a la gentrificación, ya sea de forma explícita en los diálogos o implícita a través de la narración. De hecho, la mayor parte de la película fue filmada en la locación original de la primera cinta, añadiendo valor agregado al discurso. Ésta es una secuela que nadie pidió y nadie esperaba; pero que se vuelve necesaria gracias a la apropiación y reinterpretación del discurso de la historia original.

    También me gusta la forma en que la película trata el tema de la venganza y, a ese respecto, me recordó mucho a lo que hiciera la primera cinta de Pumpkinhead (Winston, 1988).

    Creo que el primer aspecto que salta a la vista de esta cinta es la fotografía. Ésta es una película bella que propone imágenes muy interesantes. La fotografía de John Guleserian es sobrecogedora e incluso por momentos raya en la abstracción del paisaje urbano. En un ejercicio hipertextual muy interesante, esta película inicia con una toma de los edificios de Chicago vistos desde el nadir, mientras la primera película iniciaba con tomas aéreas de la ciudad.

    Las actuaciones están bien, en general… quizá a Abdul-Mateen le falta un poco de intensidad por momentos; pero en general está bien. La dirección de actores me pareció muy buena: todos están en un mismo tono y logran dar vida a personajes realistas gracias a un guión bastante decente… aunque la subtrama del suicidio del padre de Cartwright no siento que lleve a ningún lado y Peele continúa con su gag de representar a la gente blanca como idiota –nadie lo puede culpar por cobrarse una de cal por las que van de arena, creo–.

    SPOILER La cinta está además llena de referencias y guiños a la peli originaly sí, Tony Todd regresa en algún punto de la película como Candyman –aunque rejuvenecido con CGI– y la explicación para ello es genial; también regresan Vanessa Williams y Virgina Madsen, aunque ésta última sólo hace un voice over TERMINA SPOILER.

    La música está bien. Por supuesto, el clásico tema de Candyman está de regreso además de, como una especie de Easter Egg, la canción Candy Man, compuesta originalmente para la película Willy Wonka y la fábrica de chocolates (Stuart, 1971) por Leslie Bricusse y Anthony Newley, e interpretada por Aubrey Woods no, es en serio.

    Me gustó mucho esta nueva entrada en la franquicia de Candyman. Por momentos es un slasher bastante efectivo, en otros es una tragedia contemporánea, alguna otra parte es una exploración sobre el fenómeno de las leyendas urbanas; es también una crítica a la gentrificación y a la industria del arte contemporáneo y, por supuesto, un manifiesto de la lucha de la comunidad afroamericana por justicia y dignidad. Pero lo más importante es que, al final del día, todo este complejo sistema se articula armoniosamente en una hermosa y efectiva película de terror.

PARA LA TRIVIA: Con esta película, Nia DaCosta se convirtió en la primera directora afroamericana en tener una película en el primer lugar de la taquilla en EE.UU.

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