
PESADILLA EN LA CALLE DEL INFIERNO
A Nightmare on Elm Street
Wes Craven, 1984
Wes Craven comenzó su carrera fílmica como editor para, años después, probar suerte como director. El horror no fue su primera elección, pero demostró tener gran talento y sensibilidad para este género con el estreno de su primera película, la brutal La última casa a la izquierda (1972).
En Pesadilla en la calle del Infierno, el tercer largometraje de terror dirigido por Craven, se nos cuenta la historia de Nancy Thompson (Heather Langenkamp) y sus amigos del vecindario (y de la escuela, incluyendo a un Johnny Depp de 20 años que nos demuestra que hasta él tuvo que tomar clases de actuación), quienes empiezan a ser atacados en sus sueños por un misterioso personaje que los asesina mientras duermen.

Uno a uno, los chicos de la calle Elm van cayendo presas del avatar onírico de Fred Krueger, un asesino serial de niños que fue quemado vivo por los padres de familia de la calle Elm años atrás y que ahora ha vuelto para vengarse de ellos atacando a sus hijos en el único sitio donde no pueden protegerlos: sus sueños.
Como lo he dicho siempre: las buenas películas de horror (o terror, según el caso) son en realidad metáforas de otra cosa. Pesadilla en la calle del Infierno habla de un tema muy particular que comúnmente llega en la adolescencia: el momento en el que descubres que tus papás te mienten. A final de cuentas, Nancy y sus amigos no estarían muriendo si sus padres les hubieran contado la verdad sobre Krueger; pero en vez de ello, intentaron ocultarlo todo y fingir que nunca pasó. Asimismo, son los niños quienes están pagando por los crímenes de los padres. Como lo dice Harld Keller:

La película sostiene que, al fin y al cabo, los niños no tienen más remedio que enfrentarse a los problemas creados por la generación anterior. Evidentemente, muchos jóvenes espectadores que habían vivido las mismas experiencias se sintieron identificados y su reacción a esta película de terror multidimensional fue por tanto positiva.[1]
La génesis de la película viene desde años antes, cuando Wes Craven comenzaba a escribir guiones de horror y, mientras se documentaba, se encontró con un artículo que hablaba sobre el caso de un niño que evitaba dormir porque, según le dijo a sus padres, alguien en sus sueños lo perseguía. Después de un tiempo, los padres sedaron al niño para que pudiese dormir y evitar que sufriera un colapso nervioso; pero a la mañana siguiente, el chico amaneció muerto, según reveló la autopsia, debido a un paro cardiaco ocasionado por un profundo e intenso terror.

De inmediato, Craven supo que en esta historia había potencial para una gran película de terror y no se equivocó. El director hizo suya la idea y la convirtió en algo personal, nombrando a su villano Fred Krueger, que era el nombre del niño que lo bulleaba en la escuela (de hecho, este elemento se encuentra también presente en La última casa a la izquierda, donde el nombre del líder de la banda de criminales es Krug y el de su hijo, Fred).
Por desgracia, una cosa es tener una gran idea para una película y otra, muy diferente, vender esa idea. El guión de Craven fue rechazado por prácticamente todos los grandes estudios por considerarlo demasiado extraño y confuso.

El único productor interesado en realizar el guión fue Robert Shaye, quien representaba a la productora independiente New Line Cinema. En ese momento Craven no lo sabía, pero la compañía eran en realidad Shaye y su esposa trabajando desde la oficina montada en su garage. Aunque el productor estaba muy interesado en el proyecto, no tenía el dinero para financiarlo; así que se pasó más de un año dándole largas a Craven en lo que lograba reunir fondos.
La preocupación de Shaye no era para menos, pues la cinta contaba con casi una escena de efectos especiales por página del guión que, a la postre, acabaron con el presupuesto. Para el momento de terminar el rodaje, Shaye afirma que se despedía de todo el crew pensando para sus adentros: “Dios mío, que por favor no se enteren de que no tengo dinero para pagarles mañana.” Los últimos días de filmación fueron pagados gracias al dinero que Shaye le pidió prestado a un amigo suyo (quien, por cierto, jamás creyó que recuperaría dicho dinero).

Por supuesto, gran parte del éxito de la película se debe a la actuación de Robert Englund como Freddy Krueger. El actor llevaba más de diez años de carrera frente a las cámaras cuando hizo esta película, y sus créditos incluían la película de horror de Tobee Hooper Trampa mortal (1977), el clásico de culto La galaxia del terror (Clark, 1981) y la serie de televisión V: Invasión extraterrestre (1983-1984), con la que había ganado cierta fama. Sin embargo, fue su trabajo en Pesadilla… lo que lo elevó al Olimpo del cine. Precisamente fue el trabajo de Englund el que supo sacar provecho de dos elementos que caracterizarían a Kueger y que lo convirtieron en el icono del cine de horror que es ahora.
Por principio de cuentas, está el maquillaje creado por David H. Miller. El artista se documentó exhaustivamente revisando fotos de víctimas reales de quemaduras e ideó un maquillaje innovador compuesto por más de una decena de prostéticos que se aplicaban en dos capas. La primera representaba los músculos expuestos de la cara del actor y la segunda, que se colocaba sobre la primera, representaba la piel chamuscada; así, ambas capas se movían de forma independiente, dando un efecto único al rostro de Freddy.

El segundo elemento es la terrorífica garra de acero que Freddy utiliza en la mano derecha. Este prop se diseñó para que realmente pareciera algo que un asesino serial fabricaría en su cochera y se convirtió en el símbolo del personaje desde el poster de la película.
La producción fabricó tres garras diferentes: una de plástico para las escenas de acción, una de metal sin filo para las tomas abiertas y una más, de acero afilado, para los primeros planos. Sin embargo, como lo relata Langenkamp, con frecuencia se les olvidaba hacer los cambios y justo al terminar de filmar una escena se daban cuenta que todo el tiempo Englund trajo puesta la garra afilada.[2]

La película se convirtió rápidamente en un éxito que ganó 25MDD con un presupuesto de 1.8MDD y en todo un referente de la cultura popular. Generó cinco secuelas, un spin-off, un crossover con la saga de Viernes 13 y un remake, aunque ninguna de estas películas alcanzó la calidad de la primera; dos videojuegos, uno para arcadia bastante decente y otro para NES, muy malo, además de que Freddy apareció como personaje desbloqueable en Mortal Kombat 11; cinco series de cómics; toda una serie de novelas y una serie de televisión de 3 temporadas, además de toneladas y toneladas de merchandising, incluyendo el infame muñeco parlante producido por Matchbox que tuvo que ser retirado del mercado.
Así, la primera entrega de la que se cnvertiría en una prolífica franquicia no sólo salvó a New Line Cinema de la quiebra, sino que la ayudó a consolidarse como una de las productoras/distribuidoras independientes más importantes de finales del siglo XX.

Pesadilla… vino a revitalizar ‒para bien o para mal‒ el subgénero slasher, que ya desde inicios de la década de los 80 comenzaba a dar muestras de agotamiento y, en opinión de muchos críticos, fue la última película de la Era Dorada del Slasher.
Magistralmente dirigida por el regular del género Wes Craven, [Pesadilla en la calle del Infierno] fue una bocanada de aire fresco para el subgénero. Surreal y genuinamente desconcertante, usa el planteamiento básico del teen slasher y lo lleva en nuevas direcciones. Craven entiende la forma en la que los sueños y las pesadillas funcionan ‒la lógica difusa de no cuestionar cómo un paso a través de una puerta puede llevarte a un lugar al que no deberías ir.[3]

PARA LA TRIVIA: La primera vez que Robert Englund se probó el guante de Freddy se hizo una profunda cortada en un dedo.

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[1] En DUNCAN, Paul y Jürgen Müller (Eds.) Cine de terror. Taschen, Köln, 2018. P. 553
[2] Never Sleep Again: The Elm Street Legacy, Daniel Farrands y Andrew Kasch, 2010.
[3] KERSWELL, J.A., The Teenage Slasher Movie Book. 2a edición. Lifestyle Books, USA, 2010. P. 209.